2×21: Manual de supervivencia

Albacete Balompié 0 – 1 Elche CF
Atlético Albacete 1 – 1 La Roda CF

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Si la esencia de la Copa radica en la suspensión de las normas y la subversión del orden y las jerarquías por una noche, la llegada de la Navidad, en este país conquistado ya por Papá Noel pero aún no por el Boxing Day, sencillamente congela el tiempo durante varias jornadas; así se manifiesta el auténtico sustrato romano que conservan estas fiestas, porque la Navidad hace un desierto y lo llama paz, y eso es justo lo que más necesitaba el Albacete Balompié y, sobre todo, su gente después de una semana de muchos días demasiado largos. Un desierto de puro silencio y tranquilidad para contrarrestar tanto la impotencia deportiva del primer equipo como la impotencia discursiva de los aficionados, sobrepasados frente a los ataques cada vez más feroces e indiscriminados en las redes sociales de una turba dirigida por cierta élite de agitadores creadores de opinión cuya mediocridad intelectual y ausencia de escrúpulos no repercuten negativamente, sino todo lo contrario, en la potencia de su altavoz y la difusión de sus consignas. La postura institucional del club ha sido la prudencia y la afición, por lo general, ha terminado por resignarse, cerrar filas y plegarse sobre sí misma, que al menos nos quede la salud y nos quedemos los unos a los otros, en fin, esas cosas que se piensan y se dicen cuando no hay mucho más que hacer. Ante una situación como esta, la Navidad ha obrado su poder para calmar la tempestad y hacer el silencio por un tiempo, pero el silencio no hace el olvido.

No olvidemos que el Alba, a falta de conocer el final del partido de Vallecas, que aún sigue en el descanso, puso el broche a la primera vuelta perdiendo 0-1 contra el Elche, siempre el Elche, con sus once tipos bien plantados, juntitos y sin complicarse la vida como le gusta a Pacheta, con su Fidel y su Iván Sánchez y esos pies que da gusto verlos enviar balones, con su gol al contraataque después de la única ocasión clarísima de gol creada (¡milagro!) por el Albacete, con sus pelucas verdes poniendo brillo fosforescente a un quesito visitante repleto y feliz, en definitiva, con esas armas que tiene siempre el Elche y de las que el Albacete se ha valido para ir sumando puntos a domicilio, allí donde se sabe libre de la obligación de proponer nada. El Alba puso el broche a la primera vuelta perdiendo en el Belmonte, delante de un público cada semana un poco más reducido y menos entusiasmado, como ha perdido ya cinco veces esta temporada, no lo olvidemos, y un equipo que pierde la mitad de sus partidos en casa y que ni siquiera ha marcado 15 goles en una veintena de jornadas, por muchas victorias tan milagrosas como chanantes que consiga, por mucho que impresionen los 27 puntos que ya tiene y nadie le puede quitar, un equipo así, que para colmo no es capaz de ejecutar una idea mínima de juego con el balón en su poder, está condenado al sufrimiento, la calculadora, el infarto y toda esa épica dantesca que recubre la pelea por la salvación en los meses de primavera. El mercado de enero supondrá el punto de inflexión hacia la calma o el desastre. No olvidemos.

El sufrimiento, la calculadora, el infarto, la épica dantesca, son realidades intrínsecas al espíritu del murciélago, nació en ellas, fue cincelado por ellas; para mal o para bien, lleva la lucha por la supervivencia escrita en su código genético. El Alba ya sobrevivió otras veces a registros goleadores infames y épocas de juego deprimente y desesperante mucho más graves, como sobrevivió a chocar durante años contra el muro de eliminatorias de ascenso a todas las categorías, a propietarios despojados de vergüenza, a la salida de jugadores imprescindibles y al fichaje de terroristas indefendibles. Unos años nos han tirado piedras y otros nos han dedicado pancartas con la leyenda “SE VENDE ABP: RAZÓN AQUÍ” con el club agonizante en algún campo de la provincia; tiempo después han querido vender al Albacete por un plato de retuits quienes juegan contra su filial mientras legiones de miserables que pululan por internet ensucian su nombre cumpliendo la agenda mediática de la semana, pero a esto también sobrevivirá. Es la voluntad de su afición, que es poca, a menudo fría, más agradecida de lo que parece, modesta, tranquila, incómoda en cualquier guerra que no sea contra sí misma y sus propias obsesiones eternas. La supervivencia a lo largo de 80 años del sentimiento milagroso de ser de este club (a pesar de los pesares) es, ante todo, el triunfo de la voluntad albacetista.

¡Eh! Espera, espera, espera. ¿El triunfo de la voluntad? ¿No ha sonado eso un poquito… NAZI?

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 27 de diciembre de 2019

2×20: Teoría pura de la Copa

CD Tudelano 0 – 1 Albacete Balompié

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La naturaleza de la Copa, no la Copa del Rey, sino LA Copa, que con distintas denominaciones es la misma en todos los países, entronca directamente con tradiciones europeas más antiguas como el carnaval medieval, en lo que tiene de subversión temporal y pactada de todo orden establecido. La naturaleza de la Copa trasciende cualquiera de sus formatos cambiantes, pero mientras algunos la constriñen y tratan, con desigual éxito, de domarla todo lo posible, otros, como el implantado en España en 2019, facilitan una manifestación más desatada y salvaje de ese espíritu. Eliminatoria a partido único. El club de inferior categoría actúa como local. Y más allá no se extiende más que una selva virgen por la que avanzar a machetazos hasta dar con El Dorado o la nada. En las jornadas de Copa las reglas del planeta fútbol quedan en suspenso y, frente al pánico de los clubes de Primera al ridículo y la indiferencia más o menos generalizada de los de Segunda, se abre el tiempo del romanticismo para los equipos del Tercer Estado, del disfrute para el espectador neutral: televisiones autonómicas, directos por redes sociales, transistores, sorpresas, emoción, carambolas, hazañas de héroes plebeyos. Regreso al futuro.

El Tudelano hubiese deseado un rival de Primera y el Albacete no tener que chuparse más de 500 kilómetros a mitad de semana, así que cierta resignación mutua presidió el primer capítulo de la historia de los Tudelano-Albacete. La Copa, siempre afrontada por los clubes de Segunda desde un punto de vista tan eufemístico a la hora de referirse a los “menos habituales”, nos dio la oportunidad de conocer, por fin, al suplente de Tomeu Nadal, el cedido y jovencísimo Gabriel Brazão, que intervino con acierto cuando fue necesario y salvó magistralmente un gol con el pie en la ocasión más clara de los locales. La Copa nos permitió reconciliarnos con un Robert Ergas que, libre de la exigencia física y táctica del fútbol profesional que le sobrepasó contra el Tenerife, firmó una notable actuación defensiva, y nos regaló la esperada alternativa a canteranos como Fer Navarro, que demostró haberse ganado una oportunidad de mayor enjundia si llega el día en que Benito falte de nuevo o descienda sensiblemente su nivel. El primer asalto de Copa nos dio, en fin, lo que suele ser normal: un Segunda, el Alba, que se adelantó aprovechando una buena jugada que resolvió con su calidad Ojeda y se dedicó a sestear mientras el modesto, el Tudelano, se echó en brazos de la épica toda la segunda parte para exaltación del público, arrinconó a su Goliat, creó peligro, lo intentó hasta el final, mereció empatar y no lo consiguió para desilusión y orgullo final de la afición. Y, como no podía ocurrir de otro modo tratándose del Albacete, el primer asalto de Copa cedió su cuota de espacio a lo paranormal-autoparódico: los apagones eléctricos, los penaltis a favor fallados, la prolongación eterna del unocerismo como un designio del Yahvé del Antiguo Testamento.

Con todas las reservas que pueda despertar la particularísima coyuntura de la Copa del Rey, en el estadio Ciudad de Tudela volvió a ganar un partido el Albacete Balompié después de un mes y dos días sin hacerlo, después de los sucesos de Vallecas, y ésa, ante la obligación de despedir el año en un Carlos Belmonte que ha vuelto a atragantarse como en otros tiempos peores, fue la mejor noticia de todas las que podíamos recibir el último miércoles antes de Nochebuena mientras quedamos a la espera de lo inesperado, de que resulte premiado nuestro único décimo de lotería: el de ganar al Elche, como en otros tiempos mejores, un sábado a las cuatro con olor y sonido de Navidad, como en otros tiempos mejores, quizá bajo una niebla apocalíptica, mágica, trascendental, como en otros tiempos mejores y no tan lejanos.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 19 de diciembre de 2019

2×19: Siruela y el Gol Norte

Albacete Balompié 1 – 1 Extremadura UD

Crónica del partido decisivo ante el Talavera de La Voz de Albacete (15-06-1982)

Antes del Albacete-Extremadura UD, alguien colgó en las vallas superiores del quesito visitante una bandera extremeña en cuya franja central blanca estaba escrito, en letras rojas, SIRUELA. Es un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz a 160 kilómetros de Almendralejo y a menos de 20 de la frontera con Castilla-La Mancha. Por distancia, a un aficionado siroleño le vendría mejor ser del Manchego de Ciudad Real antes que del Extremadura, pero ahí estaba la bandera, modesta y orgullosa, gritando en silencio el nombre de la localidad desde esa esquina del Belmonte. Siruela, aunque volcada con la causa del Extremadura de parte de quien colgase la bandera, guarda una relación especial con el Albacete Balompié a través de dos personajes.

En Siruela nació el que, todavía en 2019, figura como el penúltimo primer capitán del Alba salido de su cantera –el último continúa siendo Adri Gómez–: Miguel Núñez debutó con eterna gloria marcando el gol de su carrera al Rayo de Pepe Mel y Néstor Susaeta y defendió la camiseta blanca a lo largo de siete temporadas, cada vez más retrasado en su posición sobre el terreno de juego, cada vez más quemado ante la afición. Formó parte del inolvidable grupo que logró el ascenso de la mano de Luis César y de las plantillas que perpetraron los descensos de 2011 y 2016. Éste último certificó el fin del capitán en el equipo de su vida. Su reconversión a defensa central marcó para mal el futuro de Miguel, tan zurdo, tan inseguro y tan irregular pero todo corazón, condiciones que unidas al 14 que llevaba en la espalda me hicieron identificarme con él hasta el último momento, hasta el funeral de Ponferrada. Para mal o para bien, el nombre de Miguel Núñez es inseparable del recorrido histórico del Albacete Balompié a lo largo de la década que ahora termina: un nombre asimilado a un tiempo y paralelo a él, a los años de la inestabilidad y la incertidumbre, las salvaciones milagrosas que precedían a los descensos catastróficos, la travesía en el desierto de la 2ªB, los play-off perdidos, las liquidaciones que no fueron, las nóminas que no se pagaban, el fin del mundo que nunca llegó.

Ascendido desde el filial por Julián Rubio, Núñez encadenó siete temporadas consecutivas en el primer equipo del Albacete, un logro que, dadas las dinámicas propias del fútbol contemporáneo y las características de este club, asciende a la categoría de proeza. Pero hubo otro tiempo en que esto era algo frecuente, algo normal. Si el nombre de Núñez se asimila al Alba titubeante de los años 2010, otro nombre se asimila con mayor fuerza y trascendencia al Alba de la década de 1980, de principio a fin. Mariano Hernán, aunque nació en Talarrubias, literalmente el pueblo de al lado, tenía sus raíces en Siruela y allí, en el campo de la Cruz Chiquita, inventaba “interminables regates […] durante las eternas tardes de verano de los primeros setenta, en partidos de quince contra quince, sin árbitro, hasta que la noche se nos echaba encima”, según recuerda un paisano anónimo en un comentario perdido en las catacumbas de internet. Hernán era un delantero de una estirpe antigua, casi anterior al fútbol mismo, un goleador dotado del don de la oportunidad por los dioses de este deporte. Llegó al Albacete, por entonces un tercerola sin demasiada suerte, en 1980. Se marchó en 1990, con el club a punto de escribir la página más dorada de su historia. Entretanto jugó diez temporadas de blanco y apareció en todos los momentos decisivos: en 1982 marcó, a pase de Julián Rubio, el tercero de los cinco goles para remontar la eliminatoria al Talavera en el Campo de la Federación y ascender a la recién creada Segunda B; en 1985 marcó en El Prado el solitario tanto que derrotó al Talavera en la última jornada para devolver al Alba a Segunda; y en 1990 culminó, con el que fue su último gol, el 5-2 al Marino tinerfeño que refrendó el primero de los ascensos del Albacete de Floro. Incluso ganó dos títulos, las Copas de la Liga de 2ªB de 1983 al Alcalá –cuya estrella era un jovencito Pepe Mel– y de 1985 al Badajoz. Hernán, a diferencia de Núñez, fue un futbolista de impronta mítica, con verdadera madera de héroe, y aunque cada uno ocupe un lugar diferente en la memoria colectiva de la afición, ambos son representantes de un tiempo particular de nuestra agitada historia, y ambos fueron homenajeados, indirectamente, a través de la bandera que alguien colgó en las vallas del quesito visitante, a pocos metros de la portería donde Hernán marcó tantas veces, donde Tirado nos mandó a Segunda y al Extremadura a Primera, donde Núñez hizo el gol de su vida, donde el dios Eugeni le coló a Casto la falta que nos hizo seguir soñando, donde Susaeta metió un penalti y falló otro para sorpresa de nadie, donde nos quedan tantos goles por gritar, por lamentar, por vivir.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 10 de diciembre de 2019

2×18: Fuego

SD Ponferradina 1 – 1 Albacete Balompié

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Andrés me preguntó que cómo sabía que aquel río era el Sil, le dije que por el cartel que había al inicio del puente, pero yo lo sabía de antes, por haberlo leído en un relato de Luis Parreño:

Correspondió a nuestro titular jugar la primera eliminatoria contra la Ponferradina, subcampeón del grupo XIII. Entrenaba al equipo Martín Susilla; lo curioso era que habían marcado ochenta y cuatro goles. Les llamaban “los cañoneros del Sil”. La cosa se puso tiznada para el Albacete en el primer encuentro, en el campo de Santa Marta, donde fue derrotado por 3-0. Eran muchos goles para el partido de vuelta, sin embargo, se derrochó coraje y casi se niveló el tanteo global, ya que los albacetenses vencieron por 3-1, goles marcados por Mateo, Jerónimo y Martínez. Los “cañoneros del Sil” hundieron, una vez más, la nave albacetense.1

Era 1967 cuando el Albacete visitó Ponferrada por primera vez. Ni siquiera existía El Toralín y aún faltaban quince años para el nacimiento de Yuri de Souza, pero ya entonces el Albacete perdía en Ponferrada: lo hizo jugándose un ascenso a Segunda División, lo hizo a pesar de los goles de Calle en 2007 y 2011, lo hizo jugándose un descenso a Segunda División B. Pero no lo hizo en noviembre de 1999, en un partido infame que nadie en su sano juicio recuerda, un atentado de Copa del Rey que el Albacete comenzó ganando con un tanto de Leandro en la primera mitad para ver cómo la Deportiva empataba en la segunda. Y veinte noviembres después fuimos por fin a Ponferrada a jugar un partido de Liga y no lo perdimos, fuimos a Ponferrada y nos pusimos por delante, fuimos a Ponferrada y vimos al legendario Yuri de Souza marcar su gol número 147 en su partido número 337 con la camiseta de la Deportiva ante el éxtasis de El Toralín, fuimos a Ponferrada y no nos vinimos abajo después de encajar, sino que quisimos y pudimos golpear de nuevo, sin efecto, pero quisimos y pudimos, y eso es lo único que pide el aficionado cabal curado de alegría y espanto y llorado de casa: saber que se puede y querer que se pueda, como aquel exitazo algo ñoño de Diego Torres, el Diego Torres cantante argentino, no el Diego Torres delantero trotamundos con más ascensos que Josan y más descensos que Jona. En El Toralín descubrimos, en fin, que este Albacete también sabe y puede, si quiere, apretar los dientes y superar el derrumbe mental que sucede al gol en contra, comprobamos que, al menos en noviembre, los fantasmas de Ponferrada decretan una tregua para que el Alba, si sabe y quiere, pueda conocer allí algo más que la derrota y la depresión.

A pesar del buen punto sumado en el último partido, Ponferrada continúa ocupando un lugar destacado en nuestra memoria colectiva como el duque de Alba en la de los flamencos, en su condición de visita maldita que sólo podrá ser neutralizada con algún ulterior ascenso o victoria especialmente decisiva conseguida por el Albacete sobre el césped de El Toralín. Llegado el momento, esa hipotética hazaña tendría un valor multiplicado, pero únicamente en tanto que las generaciones futuras conserven la conciencia de lo que en el pasado se perdió en Ponferrada: el ascenso en el 67, la categoría en 2016, y otras veces sólo la moral, que tampoco es cualquier cosa. Insiste a menudo Juan Manuel de Prada en que la esencia de la tradición no reside en la adoración de las cenizas, sino en la transmisión del fuego. Lo que perdimos en Ponferrada es irrecuperable, pero no la memoria de haberlo perdido y, aun así, haberlo superado. Quizá lo más difícil sea enfrentar el futuro sin que el pasado sea una losa, sino un apoyo para escribir la parte de la historia que nos corresponde con la mayor dignidad y orgullo posibles, pero creo que merece la pena hacer el esfuerzo. Luis Parreño murió dejando escrito su relato de cómo los cañoneros del Sil instituyeron el maleficio de Ponferrada, y llegará el día en que todos los que disfrutaron de la Edad de Oro hayan muerto también, y habiendo hecho su trabajo para con los que no llegamos a tiempo. A veces me pregunto si no estaré adorando cenizas, y aunque unas cenizas puedan llegar a quemar, en el fondo sé que nunca tanto como lo que me abrasa cada semana de forma inexplicable, y siempre con ganas de más.


1 PARREÑO MALDONADO, Luis. La fiel afición. Memorias y recuerdos de un periodista deportivo sobre el Albacete Balompié. Albacete, José Luis Parreño Bonal, 2017. pp. 46-47.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 3 de diciembre de 2019

2×17: Una educación sentimental

Albacete Balompié 1 – 2 CD Mirandés

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El Mirandés es un equipo que apenas ha jugado tres veces en Albacete, que no lo había hecho nunca hasta 2015, y sin embargo parece investido de un extraño aroma de clásico instantáneo, como de llevar toda la vida viniendo al Carlos Belmonte a recoger los puntos que necesite. El Mirandés aún no sabía lo que era ganar en Albacete, pero era su tercera visita y ya conocemos el dicho, aún no sabía lo que era remontar y ganar un partido en la linde meridional de la Avenida de España, ese rito iniciático por el que ha de pasar todo club en algún momento de su historia. Y, en la acera de enfrente, el Albacete Balompié, condenado por su sino ineludible de caminar sobre ascuas haciendo equilibrios para no pisar las juntas de baldosas que no existen. El Albacete Balompié y su hígado inmortal, regenerándose todos los días para esperar al buitre que acuda de nuevo a hacerlo picadillo. Cuanto menos se asemeja el Alba a un equipo de fútbol más se aproxima a la sublimación de su propio concepto, de su propia idea, de su propia esencia trascendental. Y es que el problema de que tu equipo no juegue al fútbol, o no transmita tener capacidad o voluntad de hacerlo, es que se pierde la orientación, se atasca el GPS; en cuanto se deja de ver fútbol se empieza a dejar de hablar de fútbol y pensar en fútbol, y nos ponemos todos un poco raros, un poco nerviosos, pelín absurdos, con independencia del lado en el que estemos, en el de los que cobran y apechugan o el de los que pagan y aguantan.

Contemplar al Mirandés cosechar su primera victoria en el Belmonte ante la impotencia y la histeria local, además de resultar un asco y una experiencia desesperante, tal vez constituyese un pequeño hito en la educación sentimental del albacetista de la última generación, de la hinchada infantil de reciente incorporación. Desde su primera palabra, sus primeros pasos, su primer potito, se va trenzando una entrañable secuencia de descubrimientos que se enturbia conforme va conduciendo hasta la oscuridad, su primer Mirandés, su primera remontada en contra, su primera desilusión en un campo de fútbol. Ya Getafe B o Écija Balompié le sonarán extraños, y es probable que sea tan joven que ni siquiera Leioa le produzca un escalofrío, pero su primer Mirandés no lo olvidará en su puta vida; estará en el lecho de muerte, enfermo y descompuesto, y no temerá otra cosa más que al Mirandés, le echarán del trabajo, estará en la calle, no tendrá un mendrugo de pan mohoso que llevar a la boca de sus hijos harapientos y dará gracias a Dios porque aún podría haber sido mucho peor, podría haber vuelto el Mirandés al Carlos Belmonte. El Mirandés habrá sido decisivo en la forja del carácter de alguna personita a la que llevaron al fútbol, flipó con la chilena de Zozulya, creyó con el gol de Pedro que sería su tarde más feliz, no creyó que Tomeu pudiese cometer ese error, sintió rabia con el segundo gol visitante y sintió decepción el resto del partido, el resto del día. Tardaremos en descubrir a quién traumatizó aquel Albacete-Mirandés, pero llegado el momento será fácil: estará tan mal de la cabeza como nosotros y sólo tendrá unas décadas menos de mirandeses a cuestas.

Si se trata de hablar de la educación sentimental ligada al Albacete Balompié, un topónimo sobresale por sus terribles implicaciones negativas. Ponferrada es el Teatro de las Pesadillas blancas y, a diferencia del Mirandés, la Deportiva es más que una sensación imaginada de llevar jodiéndonos toda la vida, porque la Deportiva sí que lo ha hecho, y más de una vez y en momentos más decisivos que una tarde cualquiera de competición regular. El Mirandés no ha sido hasta la fecha otra cosa que una nueva hipóstasis de los Getafe B, Écija o Leioa de otros días, un espíritu ajeno, un diablillo molesto que visita de vez en cuando Albacete y se lleva los puntos bajo apariencias diferentes. La Sociedad Deportiva es otra cosa y es mucho peor. Si remontar y ganar un partido en el Belmonte es un rito iniciático por el que ha de pasar todo club, El Toralín es el cáliz del que un albacetista tarde o temprano debe beber, y no es posible otra salida: Jesús pudo haber huido de Jerusalén, pero nosotros no podemos huir de la Ponferradina.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 26 de noviembre de 2019

2×16: Todo lo que decís de nosotros

Real Zaragoza 0 – 1 Albacete Balompié

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Existen y aún circulan cientos de leyendas urbanas asociadas al tiempo y al espacio de la Ruta del Bakalao. Se hablaba de una célebre camiseta en la que se podía leer la frase: Somos todo lo que decís de nosotros, y todavía peor. Impresa, tatuada, como el lema oficioso de una nación mitificada. En una entrevista, el filósofo Ernesto Castro recicló esta anécdota adaptándola al trap: al igual que sucedía con la Ruta en los 90, “cualquier cosa que se diga del trap se queda corta, de hecho el trap se alimenta de sus propios haters, de sus propios trolls, no hay ni chiste ni descalificación ni insulto, por grueso que éste sea, que no se quede corto… El trap va más allá de lo justo o de lo injusto.” Algún día Castro conocerá la historia del Albacete Balompié y podrá desarrollar un tratado realmente definitivo. Sabrá que pasar de jugar en 2ªB a quedarse a un mísero punto de la UEFA en 25 meses es tan posible como bajar de Primera División vía promoción dos años consecutivos. Es posible si eres el Albacete, que tuvo cuatro entrenadores y utilizó más de 30 futbolistas en la misma temporada y salió airoso. Practicó sobre el césped el mejor fútbol en mucho tiempo mientras la institución agonizaba en los despachos. Dejó sin ficha a su máximo goleador en enero y terminó último. Tenía once puntos de ventaja sobre el descenso y después de once jornadas sin ganar se salvó casi de milagro. Fichó a Cacá y no a Kaká, a Bíttolo y no a Vitolo, al hermano malo de Jesús Navas, al de Callejón, fichó jugadores que nunca debutaron y jugadores que ojalá nunca hubiesen debutado. Cualquier cosa que se pueda no ya contar o pensar, sino incluso concebir, sobre el Albacete Balompié se quedará corta, será superada por la inexorable tendencia de este club a romper sus propios límites.

El Albacete se presentó en Zaragoza después de dos derrotas desalentadoras, con una defensa de circunstancias y unas malas sensaciones que se vieron confirmadas en cuanto el balón echó a rodar. El Real Zaragoza cuajó un partido completísimo ante su afición, no cedió la iniciativa al rival ni por un instante y buscó concienzudamente la victoria mientras el Alba resistía mal que bien las acometidas aplicando el habitual protocolo “nos defendemos y ya vemos”. Y entre estas idas y venidas nació, vivió y fue muriendo el partido, con un Zaragoza cada minuto más desesperado por la histórica actuación de Tomeu Nadal, quien tras la doble acción del penalti convenció a los locales de que no había otra opción que las tablas. Y con todos contentos llegó la enésima vuelta de tuerca sobre lo imposible, el último requiebro de la broma infinita que es siempre el Albacete Balompié y más que nunca en esta indescifrable temporada 2019/2020. Eddy Silvestre enganchó el peor remate de la historia, con la espinilla, mientras caía al suelo, y el balón pegó dos botes en el área y entró llorando de la risa, incrédulo, como preguntándose si de verdad su destino era terminar en esa portería en el último segundo del encuentro.

Agotado ya más de un tercio de la competición, Álvaro Jiménez, uno de los fichajes más interesantes del último verano (¡un extremo, hosanna en el cielo, por fin un extremo puro de verdad!), ha aparecido poco y ha demostrado menos todavía. Con todo, Ramis tuvo a bien concederle la titularidad en La Romareda. Y allí, en La Romareda, jugó Álvaro un partido que me hizo recordar el sobrenombre que la afición del Sevilla impuso al delantero internacional marfileño Arouna Koné –por entonces el fichaje más caro de su historia, 12 millones de los de 2007– una vez se descubrió que a su olfato goleador le producía alergia la humedad del Guadalquivir: Kasemo Koné. ¿Kasemo Koné, si ni siquiera es propiedad del Albacete? ¿Llamará de nuevo el Getafe a nuestra puerta en enero para recuperarlo a mitad de temporada? Después de varios años de cachondeo del Pizjuán, Koné cambió de aires, se marchó al Levante de Juan Ignacio Martínez, marcó 15 goles y compró un pasaporte a la Premier. ¡Lo que es la vida! La mejor noticia para Álvaro es que ya nadie espera nada de él. Sólo queda mejorar. Sabemos que puede ser un gran asistente: el pase en profundidad a Kagawa que no terminó en gol por la misericordia del palo así lo demuestra. La próxima vez puede intentar repetirlo en dirección a la portería que no defienda Tomeu. De derrota en derrota hasta la victoria final.

Tras batir el récord de victorias seguidas por uno a cero, el Albacete ha alcanzado la mitad de esos simbólicos 50 puntos que nos secuestran tantas horas de sueño. Lo celebré yendo al cine a ver ‘The Irishman’, grandiosa obra maestra de Scorsese, y me emocioné especialmente con una escena en la que el personaje interpretado por Robert De Niro termina un discurso homenajeando al Albacete Balompié 2019/2020: “No creo que merezca este premio, pero también tengo bursitis, y tampoco la merezco.” Sospecho que nadie más en la sala pilló la referencia.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 19 de noviembre de 2019

2×15: Nanas para Lucía

Albacete Balompié 0 – 1 CD Lugo

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Anticipa el invierno
otro noviembre
sacando sus cuchillos
en Albacete.
Un hombre espera
conocer a su hija
horas eternas.

Al cabo de unas horas
todo termina.
Entre llantos y sangre
llega la vida.
Tomeu Nadal
toca el cielo en el cuarto
de un hospital.

Tomeu mira a la niña
entre sus brazos,
se pregunta si debe
ir al trabajo.
La portería,
qué país tan ingrato
sin su Lucía.

Sale del paritorio,
coge los guantes.
No ha probado bocado,
no tiene hambre.
Llega al Belmonte,
“No te preocupes, míster,
todo está en orden.”

Los noventa minutos
se hacen eternos.
La grada languidece
de aburrimiento
y Tomeu piensa
en los vuelcos inciertos
de su carrera.

La vida del portero
es solitaria,
centinela del mundo
desde su área.
Tan vulnerable
al capricho del juego
y sus detalles.

A su llegada era
casi un don nadie,
hoy algunos querrían
darle una calle.
Más de tres años
sosteniendo al equipo
entre sus manos.

Es la gloria del fútbol
flor de dos días.
Cuando abandone Tomeu
su portería,
la vida sigue.
Los recuerdos se empañan,
luego se extinguen.

Quedará en el viento
rumor de un nombre
cuando el ídolo sea
ya sólo un hombre,
sólo un padre
y Lucía su triunfo
más importante.

En el minuto ochenta,
Cristian Herrera
centra y López engancha
una volea
inalcanzable,
incluso para el vuelo
del joven padre.

En la melancolía
de las derrotas
también nace la vida
gotita a gota;
y, aunque sin puntos,
ya vino la pequeña
Lucía al mundo.

Un partido cualquiera
es olvidado,
nos derrotó el Lugo
sin intentarlo,
y vuelta a casa,
cabizbajos de hastío
por tanta nada.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 12 de noviembre de 2019

2×14: Ni siquiera la lluvia

CD Numancia 1 – 0 Albacete Balompié

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Cae la noche. Empieza a chispear. Madrid me parece una ciudad preciosa cuando llega el frío, pero la lluvia no le sienta nada bien. La última película de Woody Allen me ha gustado, es la misma película de siempre, claro, por eso me gusta, a estas alturas de la vida a cada nueva película de Woody Allen lo único que se le pide es que sea la misma de siempre, con sus títulos de crédito en blanco sobre negro y una pieza de jazz de los años 40 de fondo, con sus enredos y dilemas emocionales de burgueses urbanitas con bastante pasta que van a museos, han leído todas las novelas y visto todas las películas y parlotean y se enamoran y desenamoran mientras pasean por ciudades a las que les sienta maravillosamente la lluvia, que siempre llega en el momento más oportuno, obligando a esos pijos a refugiarse en cualquier parte y acercar sus caras y sus cuerpos y soltar alguna frasecilla torpe antes de besarse y joderlo todo echando más leña al fuego de sus enredos y dilemas emocionales. A Woody se la suda hacer siempre la misma película porque es la película que le gusta, la que sabe hacer como nadie y le sale sola, la que queremos ver una vez al año en una sala de cine hasta que ya no pueda ser, y es que al viejo judío se le acaba el tiempo pero aún no ha hecho su gran película, su oda definitiva a las pasiones, los reencuentros, los desengaños, la vida, aún no ha filmado un Numancia-Albacete.

Títulos de crédito en blanco sobre negro y una pieza de jazz de los años 40 de fondo que, descubrimos, suena por la megafonía de Los Pajaritos. El Albacete persigue la victoria como Michael Caine a su cuñada en “Hannah y sus hermanas”, la busca, finge encuentros casuales, la desea, la necesita, se obsesiona. Le dedica un poema de E. E. Cummings: nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas, ¡y tan escurridizas! La victoria resulta esquiva y el diablo se oculta en un detalle, en la barandilla sobre la que rebota un anillo y, en lugar de caer al Támesis, se queda en tierra para probar un crimen, en un despeje pésimo de Alberto Benito. Y un tipo llamado Escassi se queda con la chica y no hay más remedio que aceptarlo, hay días en los que ella se va con otro, se marcha lejos y ya está, y sólo queda el regreso a casa, cabizbajo, las manos en los bolsillos del pantalón, una pregunta como compañera: ¿por qué? ¿Por qué siempre es la misma película? Y empieza a llover. Y una nueva pieza de jazz suena mientras el protagonista dirige sus pasos a la Avenida, y en una acera el Abelardo Sánchez no es Central Park, y en la otra las castañas resisten a los pretzels y los perritos calientes, y el cielo luce verde, y Nueva York es Nueva York en el corazón de La Mancha, y la lluvia le sienta de maravilla, y la fuente recoge las gotas mientras espera el día que volvamos a hacerle una visita.

A estas alturas de la vida, a una nueva película de Woody Allen lo único que le pido es que la estrenen. A estas alturas de la vida, lo único que pido es que me quede siempre el Albacete, porque películas de Woody Allen ya quedan muy pocas. Y no me importará que siga jugando partidos los viernes, así cobrará un nuevo sentido aquella escena que Woody escribió en “Sueños de un seductor” en la que se acercaba a una lánguida en un museo y le preguntaba:

–¿Qué haces el sábado por la noche?
–Me voy a suicidar.
–¿Y el viernes por la noche?

Que nos quede siempre un Numancia-Albacete; será señal de que, en el peor de los casos, seguiremos ganando, perdiendo, empatando, en Segunda. Que nos quede el fútbol; por irracional y absurdo que sea, continuaremos soportándolo porque la mayoría necesitamos los huevos.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 6 de noviembre de 2019

2×13: Vivir en un instante

Albacete Balompié 1 – 0 Cádiz CF

 

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Ernesto, mi compañero de piso desde hace años, amigo desde la noche de nuestros tiempos, siempre repite lo mismo cada vez que andamos por ahí y vemos unos novios, en un banco, en un restaurante, en el cine, en el metro, en fin, por ahí, siempre la misma cantinela, “¡Eso! ¡Eso es lo que yo quiero!”, dice, a veces vocea (en los centros comerciales se crispa especialmente), eso es lo que él quiere, “un cañón, tío, un cañón, cuándo tendré yo un cañón así”. No pide tanto, la verdad, él sólo quiere un cañón, aunque no hace falta llegar a tal extremo, una novia a secas ya va bien, para combatir la intemperie en los bancos, para agarrarse a algo mejor que una barra pegajosa en el metro, para ser él los viernes noche el que comparte postre en el italiano y no el que mira por el cristal desde la calle mientras el idiota de su compañero de piso dice alguna idiotez. Ignora hasta qué punto entiendo sus anhelos y su frustración cuando éstos no se materializan porque ignora el anhelo que he perseguido durante tanto tiempo y la frustración que me ha ido acompañando, y es que para hacer piña de fracasados, para que una pena compartida parezca sólo media pena, cuando él suspira yo hago coros, “pues sí, un cañón, ojalá, a ver si cambia el viento”, ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿Decirle la verdad? ¿Confesar que lo que yo quiero no es dejar de estar solo, conocer a esa persona especial, sentar la cabeza y conseguir trabajo y ganar dinero y labrarme un porvenir en condiciones, sino GANAR, QUE EL PUTO ALBACETE GANE EN CASA UNO A CERO EN EL ÚLTIMO SEGUNDO, QUE SE PARE EL MUNDO Y SÓLO EXISTA EL GOL, Y EL GRITO DEL GOL Y LOS ABRAZOS DEL GOL Y LAS HOSTIAS AL AIRE DEL GOL, QUE SE PARE EL MUNDO Y QUEDARME A VIVIR EN ESE INSTANTE?

El truco del almendruco es que nunca es posible empadronarse eternamente en un instante. ¿Y qué sucede después? Porque el instante después de que los cruzados conquistasen la Jerusalén terrestre no llegó el final de la Historia ni descendió la Jerusalén celeste, y el día que siguió al asalto del Palacio de Invierno no desparecieron las clases sociales, y la carrera de Miguel Núñez no terminó con un Balón de Oro y una calle en el barrio de Medicina después de debutar en el Belmonte con aquel golazo de volea al Rayo. Sucede, sencillamente, que la vida sigue, y ese mundo que creías detenido para siempre en el instante del gol de Zozulya no ha dejado de girar, no ha dejado de inventar nuevos problemas para joderte a la mínima que pueda. Sucede que son las once de la noche, tu mejor día se acaba y a la mañana siguiente es sábado y adultos desconcertados madrugan para hacer deporte y las viejas van a comprar con carritos de tela y los niños corretean levantando nubes de polvo en el parque que horas antes atravesabas para ir al estadio y, entonces, comprendes. Comprendes que toda esa parte del mundo que no eres tú y los que comparten tu enfermedad tiene sus propios anhelos inconfesables con los que se levanta y vive cada día, tan absurdos como ganar al líder, al Cádiz, ganar después de rozarlo e intentarlo sin éxito durante 92 minutos, ganar en el último segundo y caerte con la grada y que la grada se caiga contigo, ganar con esa épica adictiva y mentirosa de las películas americanas en las que el esfuerzo y la pasión siempre encuentran recompensa.

Cuando la utopía se materializa sucede que el ser humano se las apaña para encadenarse a otra y seguir persiguiendo algo que se alce lejos, porque allí estaba la utopía para Galeano, en el horizonte, y para eso sirve, para caminar por este mundo en alguna dirección. Cumplir años quizá no sea más que ir quemando y superponiendo utopías: subir a Segunda, ¿y luego? Ganar al líder como sólo se gana en los sueños, ¿y luego? Pues subir a Primera, y ganar la Copa, y la Liga, ¿y luego? Algo encontraremos, porque la vida, y esto es lo que más nos decimos Ernesto y yo, la vida son raticos, instantes condenados a la extinción sin olvido, al baúl de la nostalgia; son noches de verano, bailes de boda, cartas, son goles en el último extremo de lo posible. Chispazos que llegan sin avisar y que lo son absolutamente TODO, y no podemos dejar de perseguirlos jamás porque el misterio que hay tras ellos es el misterio eterno de lo que somos.

 

*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 29 de octubre de 2019

2×12: Secuencia de un gol

CF Fuenlabrada 0 – 1 Albacete Balompié
Atlético Albacete 2 – 1 CD Toledo

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La secuencia del gol que dio la victoria al Albacete en el Fernando Torres de Fuenlabrada es compleja. A: Saque de banda de Fran García. B: Suave toque atrás de Dani Ojeda mientras va cayendo al suelo. C: Centro perfecto a media altura de Manu Fuster. D: Ajustado martillazo con la cabeza de Roman Zozulya; cuatro acciones encadenadas, las cuatro ejecutadas con éxito. Si la secuencia del gol que dio la victoria al Albacete en la duodécima jornada de Liga fuesen sólo esos cuatro puntos, y podrían haberlo sido, no sería una secuencia compleja, pero no fueron sólo cuatro, ¿cómo va a ser tan sencillo marcar ese gol? ¿Nos hemos vuelto locos de repente?

¿Acaso no te acuerdas de que al empezar la duodécima jornada el Toledo iba líder y se dejó dos puntos en casa contra el Gernika, que iba penúltimo? ¿No te parece importante que Abel Molinero adelantase al Fuenlabrada a la media hora de partido, obligando a Aira a cambiar en el descanso a Galas por un lateral más ofensivo? ¿Por qué crees que aquella noche, al terminar la duodécima jornada, dormimos a sólo un punto ya del Toledo, que seguía yendo líder? ¿Te habías olvidado de Diego Manzano, de cómo se puso al mando del balón parado y convirtió la derrota en empate y el empate en victoria en el Fernando Torres de Fuenlabrada? ¿No recuerdas cuánto costaba sumar cada maldito punto en Segunda B, cuánto agradecimos al final aquellas victorias de otoño/invierno que tanto infravalorábamos hasta que no fuimos campeones, y tuvimos una segunda oportunidad después de Lorca? ¿No te acuerdas de aquellos jugadores de perfil menos estelar y más obrero que entonces, a la hora de la verdad, dieron un paso adelante? ¿En serio no te acuerdas de José Fran, que siguió corriendo cada balón por la banda izquierda cuando las ganas, las piernas y los pulmones de Josan dieron por terminada su temporada, que se vistió de Maradona para que saliésemos vivos de la ratonera de Son Malferit, que en el minuto 117 de la prórroga en el Carlos Belmonte puso el centro que terminó en gol, en el 2-1, en la final que parecía imposible jugar? ¿Cómo va a ser tan sencillo marcar un gol como el de Roman Zozulya en el Fernando Torres de Fuenlabrada, cómo van a ser sólo cuatro acciones bien ejecutadas, con todo el trabajo de entrenadores y todo el sudor de futbolistas, con todas las tardes de frío atroz y decepción, todas las ilusiones perdidas y reencontradas y todos los momentos de duda, con todas las pasiones que hay detrás de ese gol, detrás de cada gol que hemos marcado en nuestra vida y la han hecho, por unos míseros segundos, un poquito menos lamentable? ¿Cómo va a ser tan sencillo ganar en el Fernando Torres de Fuenlabrada cuando nadie había ganado allí en los 378 días anteriores? ¿Cuánto tardan en pasar tantos días cuando hay jornadas, como la duodécima jornada de Liga, que pueden llegar a durar casi tres años? ¿Cuánto puede cambiar una vida en casi tres años?

El 20 de octubre de 2019, José Fran seguía corriendo cada balón por la banda izquierda, poniendo centros al área con suerte dispar; quizá no vuelva a marcar jamás un gol tan perfecto como el que marcó aquel mediodía en Son Malferit. Diego Manzano, lesionado por enésima vez en la recta final de un Conquense-La Roda, se perdió el Torrijos-Conquense; quizá nunca vuelva a jugar un partido tan perfecto como el que jugó aquella noche en el Fernando Torres de Fuenlabrada pero, con él en el campo, sé que el resultado final en Torrijos hubiese sido un 1-2, y no el 2-1 que realmente sucedió. El Toledo tuvo la oportunidad de asaltar el liderato del grupo XVIII de Tercera y pinchó, perdió en casa de un filial que aún no había ganado ningún partido. Y mientras tanto el Albacete Balompié, en el reverso dulce de la historia, se llevó de nuevo los tres puntos del Fernando Torres de Fuenlabrada con un gol que marcó Roman Zozulya después de un centro perfecto a media altura de Manu Fuster después de un toque atrás de Dani Ojeda después de un saque de banda de Fran García después de todo lo demás.

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*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 22 de octubre de 2019

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