Si la esencia de la Copa radica en la suspensión de las normas y la subversión del orden y las jerarquías por una noche, la llegada de la Navidad, en este país conquistado ya por Papá Noel pero aún no por el Boxing Day, sencillamente congela el tiempo durante varias jornadas; así se manifiesta el auténtico sustrato romano que conservan estas fiestas, porque la Navidad hace un desierto y lo llama paz, y eso es justo lo que más necesitaba el Albacete Balompié y, sobre todo, su gente después de una semana de muchos días demasiado largos. Un desierto de puro silencio y tranquilidad para contrarrestar tanto la impotencia deportiva del primer equipo como la impotencia discursiva de los aficionados, sobrepasados frente a los ataques cada vez más feroces e indiscriminados en las redes sociales de una turba dirigida por cierta élite de agitadores creadores de opinión cuya mediocridad intelectual y ausencia de escrúpulos no repercuten negativamente, sino todo lo contrario, en la potencia de su altavoz y la difusión de sus consignas. La postura institucional del club ha sido la prudencia y la afición, por lo general, ha terminado por resignarse, cerrar filas y plegarse sobre sí misma, que al menos nos quede la salud y nos quedemos los unos a los otros, en fin, esas cosas que se piensan y se dicen cuando no hay mucho más que hacer. Ante una situación como esta, la Navidad ha obrado su poder para calmar la tempestad y hacer el silencio por un tiempo, pero el silencio no hace el olvido.
No olvidemos que el Alba, a falta de conocer el final del partido de Vallecas, que aún sigue en el descanso, puso el broche a la primera vuelta perdiendo 0-1 contra el Elche, siempre el Elche, con sus once tipos bien plantados, juntitos y sin complicarse la vida como le gusta a Pacheta, con su Fidel y su Iván Sánchez y esos pies que da gusto verlos enviar balones, con su gol al contraataque después de la única ocasión clarísima de gol creada (¡milagro!) por el Albacete, con sus pelucas verdes poniendo brillo fosforescente a un quesito visitante repleto y feliz, en definitiva, con esas armas que tiene siempre el Elche y de las que el Albacete se ha valido para ir sumando puntos a domicilio, allí donde se sabe libre de la obligación de proponer nada. El Alba puso el broche a la primera vuelta perdiendo en el Belmonte, delante de un público cada semana un poco más reducido y menos entusiasmado, como ha perdido ya cinco veces esta temporada, no lo olvidemos, y un equipo que pierde la mitad de sus partidos en casa y que ni siquiera ha marcado 15 goles en una veintena de jornadas, por muchas victorias tan milagrosas como chanantes que consiga, por mucho que impresionen los 27 puntos que ya tiene y nadie le puede quitar, un equipo así, que para colmo no es capaz de ejecutar una idea mínima de juego con el balón en su poder, está condenado al sufrimiento, la calculadora, el infarto y toda esa épica dantesca que recubre la pelea por la salvación en los meses de primavera. El mercado de enero supondrá el punto de inflexión hacia la calma o el desastre. No olvidemos.
El sufrimiento, la calculadora, el infarto, la épica dantesca, son realidades intrínsecas al espíritu del murciélago, nació en ellas, fue cincelado por ellas; para mal o para bien, lleva la lucha por la supervivencia escrita en su código genético. El Alba ya sobrevivió otras veces a registros goleadores infames y épocas de juego deprimente y desesperante mucho más graves, como sobrevivió a chocar durante años contra el muro de eliminatorias de ascenso a todas las categorías, a propietarios despojados de vergüenza, a la salida de jugadores imprescindibles y al fichaje de terroristas indefendibles. Unos años nos han tirado piedras y otros nos han dedicado pancartas con la leyenda “SE VENDE ABP: RAZÓN AQUÍ” con el club agonizante en algún campo de la provincia; tiempo después han querido vender al Albacete por un plato de retuits quienes juegan contra su filial mientras legiones de miserables que pululan por internet ensucian su nombre cumpliendo la agenda mediática de la semana, pero a esto también sobrevivirá. Es la voluntad de su afición, que es poca, a menudo fría, más agradecida de lo que parece, modesta, tranquila, incómoda en cualquier guerra que no sea contra sí misma y sus propias obsesiones eternas. La supervivencia a lo largo de 80 años del sentimiento milagroso de ser de este club (a pesar de los pesares) es, ante todo, el triunfo de la voluntad albacetista.
¡Eh! Espera, espera, espera. ¿El triunfo de la voluntad? ¿No ha sonado eso un poquito… NAZI?
*Artículo publicado originalmente en ¡Aúpa Alba! el 27 de diciembre de 2019